Jóvenes mayores, Lección #6 “Los sacramentos y la Iglesia”

Ungidos con el Espíritu: Confirmación

Jóvenes mayores, Lección #6 “Los sacramentos y la Iglesia”

Queridos padres, tutores y padrinos:

El catolicismo es una fe sacramental y encarnacional, que significa que tomamos seriamente el cuerpo, los sentidos y el mundo material. Como Dios se hizo carne, sabemos que la carne y el mundo material no son malos. No deseamos escapar nuestros cuerpos para ser puramente espíritus. Más bien, acogemos la creencia de que la gracia trabaja por medio de la naturaleza y la perfecciona. Aun cuando el pecado se hace presente, nunca podrá superar la gracia de Dios. “Donde abundó el pecado”, dice san Pablo, “sobreabundó la gracia” (Romanos 5, 20).

Los sacramentos son signos visibles y accesibles a nuestros sentidos que nos indican la presencia invisible de Dios y su obra entre nosotros. A diferencia de los gnósticos, quienes la Iglesia denunció en los primeros años de la cristiandad, los católicos no buscamos un conocimiento espiritualizado y una unión con Dios que esté separada del cuerpo. Nuestra fe es una fe encarnada, porque Dios mismo decidió “encarnarse en la Virgen María”, como decimos cada domingo en el Credo. El propio Jesús es el sacramento perfecto. Él es el signo supremo de la presencia y la obra de Dios en nuestras vidas, porque él es Dios en la carne: “Él es la imagen del Dios invisible” (Colosenses 1, 15).

La Iglesia también es un sacramento. Por medio de todos los bautizados que responden a la obra del Espíritu Santo en sus vidas, la Iglesia es un signo visible de la continua presencia y acción de Cristo en el mundo. Entre más fielmente vivamos la presencia bautismal de rechazar el pecado “para vivir en la libertad de los hijos de Dios”, los otros podrán discernir más perfectamente la presencia de Cristo entre nosotros. Santa Teresa de Ávila dijo, “Cristo no tiene cuerpo, sino el tuyo, no tiene manos, o pies en la tierra, sino los tuyos. Tuyos son los ojos con los que ve la compasión en este mundo, tuyos son los pies con los que camina para hacer el bien, tuyas son las manos, con el que bendice todo el mundo”. Por otra parte, cuando no somos testigos fieles, nuestra hipocresía puede alejar a la gente de Cristo. En la Iglesia todos somos pecadores, y siempre corremos el riesgo de ser hipócritas. Nuestra esperanza en este sentido es, por un lado, la misericordia y la gracia de Dios y, por otro, nuestra propia humildad. Un testigo de Cristo humilde (aunque no perfecto) puede ser un signo muy eficaz de la presencia de Cristo en el mundo.

Ser un miembro de la Iglesia significa aceptar las responsabilidades propias de los miembros. Tradicionalmente, al resumen de estas obligaciones las llamamos Los mandamientos de la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica, 2042-43). Estos mandamientos existen para ayudarnos a crecer en santidad, pero también nos recuerdan que Jesús no nos llamó a ser individualistas, sino una Iglesia. Necesitamos de los demás, debemos unirnos como el Cuerpo de Cristo para poder ser fielmente su presencia en el mundo. Estos son los mandamientos:

  1. Oír misa entera los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles.
  2. Confesarse por lo menos una vez al año.
  3. Recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua.
  4. Abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia
  5. Ayudar a lo Iglesia en sus necesidades.

Aunque estos preceptos están escritos como reglas, representan algo más profundo. Ellos representan el llamado a un cambio de vida que nos hace el Evangelio (ayuno, Confesión), a vivir en comunidad (ayudar a la Iglesia, asistir a Misa) y a llevar a cabo la misión de llevar la Buena Nueva al mundo al recibir y luego convertirnos en el Cuerpo de Cristo (asistir a Misa, recibir la Eucaristía, ayudar a la Iglesia). Aunque la Iglesia ha cambiado en sus cualidades exteriores a través de los siglos, estos preceptos han sido fundamentales desde el inicio. Los primeros cristianos no tenían esta lista, pero reconocían todos los requisitos para llevar una vida cristiana de una u otra manera. En otras palabras, estos preceptos no son arbitrarios, son fundamentales para ser un seguidor de Cristo en la Iglesia católica que el fundó.

Además de estos preceptos, la mayoría de los católicos conocen los siete sacramentos que son rituales especiales por los que la presencia y acción invisible de Dios se hace visible mediante señales y gestos. Por medio de los sacramentos, Dios nos sale al encuentro y nos permite participar en su vida divina, la vida de amor perfecto. En otras palabras, ellos nos preparan para el cielo. Los siete sacramentos por lo general se dividen en categorías. Los tres sacramentos de iniciación, por los cuales la persona se convierte en pleno miembro de la Iglesia son: Bautismo, Confirmación y Eucaristía. Los dos sacramentos de servicio son el Orden Sagrado y el Matrimonio. Los dos sacramentos de curación son Reconciliación (o Confesión) y la Unción de los enfermos. Los siete sacramentos incluyen signos (como el agua, el intercambio de votos, la unción con aceite sagrado, etc.) que señalan la presencia y acción invisible de Dios en nuestras vidas, algo que llamamos gracia. Conforme crecemos en gracia, nos asemejamos más a Cristo y nos convertimos en testigos más confiables de su Evangelio.

Por encima de todos está el sacramento de la Eucaristía que celebramos en la Misa. Es “fuente y culmen de toda la vida cristiana” (Catecismo de la Iglesia Católica #1324). En este sacramento, no solo tenemos un signo de la presencia de Cristo, sino que tenemos la Presencia real de Cristo en el pan y el vino que son consagrados. Recibimos el cuerpo, sangre, alma y divinidad de Cristo para poder salir al mundo y ser la presencia de Cristo en donde quiera que estemos. Luego, regresamos de nuevo a Misa el domingo para ofrecer lo que hemos hecho. Así como recibimos a Jesús, él también nos recibe a nosotros. Jesús acepta todo lo que hemos hecho y lo une con su ofrenda perfecta de amor al Padre. En la Misa, en la Eucaristía, nuestras obras toman un valor eterno. Nos hacemos uno con Cristo al aceptar y reciprocar el amor perfecto del Padre. Nuestras palabras de acción de gracias y agradecimiento ya no son simplemente nuestra oración endeble. Son la oración de Cristo. Mientras tanto, nuestras almas pecadoras son sanadas y fortalecidas por la gracia del sacramento. Según las palabras del Papa Francisco, “la Eucaristía no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”.

La vida cristiana de amor y servicio desinteresado no es fácil de llevar. Somos débiles y somos pecadores. Las tentaciones que existen en ocasiones son difíciles de resistir. Es fácil ser egoístas y egocéntricos. Es fácil elegir la avaricia y las comodidades en lugar de ayudar a los necesitados. Es fácil guardar rencores y tener prejuicios y es difícil perdonar y amar a nuestros enemigos. Es fácil ser perezosos y amarse a uno mismo que sacrificarse por amor a los demás. Es más fácil ser engreídos y es difícil ser humildes y no juzgar. La Iglesia y los sacramentos son dones que Cristo nos da para fortalecernos, perdonarnos, animarnos y, a final de cuentas, santificarnos. Estos existen para traer más unidad y amor, para prepararnos para la vida eterna en el corazón del Dios Trino, quien es amor y unidad perfectos.

Ahora que nuestros jóvenes se preparan para vivir como cristianos plenamente iniciados, los invitamos a participar frecuentemente en los sacramentos, sobre todo en la Reconciliación y la Eucaristía, para fortalecer su compromiso de ser los discípulos de Cristo en sus hogares, escuelas, trabajo, y en su mundo. Cristo los llamó, él también los llena de su Espíritu y renueva su fortaleza en los sacramentos. Él nunca los abandonará.

Kevin Dowd es un estudiante de doctorado en teología y educación en Boston College, en donde recibió su Maestría en Educación. Tras su graduación de la Universidad de Harvard, Kevin a enseñado en escuelas católicas y públicas tanto en Massachusetts como en Nueva York. Actualmente él es profesor de teología en Ave María College en Paxton, MA y escribe un blog semanal en el que vincula las lecturas dominicales a la vida diaria. Puede encontrar su blog en http://www.bayardinc.com/the-word-is-life/

 

 

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