Jóvenes, Lección #8 “Marcar la diferencia como discípulos”

Ungidos con el Espíritu: Confirmación

Jóvenes, Lección #8 “Marcar la diferencia como discípulos”

Queridos padres, tutores y padrinos:

La Confirmación no es una graduación. Es el comienzo de una nueva y poderosa misión que consiste en compartir el ministerio de Cristo en el mundo. ¡Y vaya que el mundo la necesita! Se necesitan cristianos que sean como Cristo, ya sea en nuestras familias, escuelas y lugares de trabajo como en la política, la economía y el medio del espectáculo.

Ser cristiano no es fácil. Se necesita tener fortaleza, uno de los dones del Espíritu Santo. Requiere que tomemos nuestra cruz de todos los días y que sigamos a Jesús (Lucas 9, 23). “Si el mundo los odia” dice el Señor, “sepan que antes me odió a mí.  Pero ustedes no son del mundo, sino que yo los elegí de en medio del mundo, y por eso el mundo los odia.  Acuérdense de lo que les dije: ‘el servidor no es más que su patrón’. Si a mí me han perseguido, también los perseguirán a ustedes” (Juan 15, 18–20). Sin embargo, aunque es difícil seguir a Jesús (e inclusive en algunos lugares del mundo significa arriesgar la vida), Jesús nos asegura: “Les he hablado de estas cosas para que tengan paz en mí. Ustedes encontrarán la persecución en el mundo. Pero, ánimo, yo he vencido al mundo” (Juan 16, 33).

Esto puede sonar abrumador para nuestros jóvenes. Ellos podrían identificarse con el profeta Jeremías quien protestó cuando Dios lo llamó: “Ay, Señor, Yahvé, ¡cómo podría hablar yo, que soy un muchacho” (Jeremías 1, 6). Dios pensaba lo contrario. De la misma manera, san Pablo le aconseja a Timoteo ser un ejemplo a pesar de aquellos que creían que era muy joven: “No dejes que te critiquen por ser joven. Trata de ser el modelo de los creyentes por tu manera de hablar, tu conducta, tu caridad, tu fe y tu vida irreprochable” (1 Timoteo 4, 12).  Jesús espera que sus seguidores sean diferentes, deben llevar su luz a los lugares obscuros del mundo.

Ustedes son la luz del mundo: ¿cómo se puede esconder una ciudad asentada sobre un monte? Nadie enciende una lámpara para taparla con un cajón; la ponen más bien sobre un candelero, y alumbra a todos los que están en la casa. Hagan, pues, que brille su luz ante los hombres; que vean estas buenas obras, y por ello den gloria al Padre de ustedes que está en los Cielos” (Mateo 5, 14–16).

Por medio de la palabra y, sobre todo, del ejemplo, los cristianos traen luz al mundo y llevan a las personas hasta el Padre, revelando su amor y misericordia. Algunas personas tienen una imagen negativa de Dios. Lo perciben como un juez, un capataz o un dictador que los enviará al infierno por capricho. Ninguna de estas imágenes es correcta. Cuando llevamos una vida de servicio y aceptación basada en el amor y trabajamos por la justicia y la paz, estamos trayendo luz a la obscuridad y ayudando a los demás a ver a Dios con más claridad. Luego, ellos podrían decir con santa Teresa de Lisieux (quien murió a la tierna edad de 24 años), “¿cómo podría temerle a un Dios que es solo amor y misericordia?”.

En el Nuevo Testamento, la palabra griega que se utiliza para decir discípulos es mathetes. Esto es una palabra que también significa aprendices. Eso es lo que somos: aprendices de Cristo. No somos perfectos, seguimos aprendiendo y cometemos errores en el camino. Sin embargo, buscamos ser como nuestro Maestro. Afortunadamente, estamos unidos con una comunidad de personas que también están aprendiendo, algunos que van más avanzados que nosotros y nos ayudan a crecer, otros que van detrás de nosotros y a quienes nosotros ayudamos. Lo que es más importante es que, como aprendices, trabajamos para un Artesano Maestro, quien se asegura que, a final de cuentas, todo nuestro trabajo sea perfecto. Todo lo que ofrecemos al Padre, cuando lo unimos a la ofrenda de Cristo durante la Misa, es perfeccionado por Cristo. ¡Todo el pecado y las imperfecciones quedan limpias y todo lo que es bueno queda pulido y brillante!

Esta es la razón por la que ser cristiano requiere nuestra participación en la Misa. De otra manera, todas nuestras buenas obras serían simplemente actos humanitarios. Eso es bueno, pero cuando lo unimos a Cristo en la Eucaristía, ¡se convierte en una parte del sacrificio perfecto de amor que salva al mundo! Nuestras obras tienen un valor infinito, más allá de cualquier cosa. En la Comunión, cuando recibimos el Cuerpo y la Sangre de Cristo, nos hacemos uno con Cristo y con los demás. Recuerde que el sacerdote lo dice en voz baja en la Misa cuando agrega un poquito de agua al vino antes de la consagración: “Por el misterio de esta agua y este vino, haz que compartamos la divinidad de quien se ha dignado participar de nuestra humanidad”.

En la Iglesia, somos parte de la Comunión de los santos. Estamos unidos, no solo con Cristo, sino con todos aquellos que viven y que han muerto en gracia de Dios. Así como oramos unos por otros en la tierra, también podemos acudir a nuestros amigos en el cielo, los santos, y pedirles que oren por nosotros.  También podemos pedir por aquellos que se encuentran en el purgatorio. La muerte no destruye el lazo que nos une. Por cierto, el purgatorio es un ejemplo maravilloso de la misericordia de Dios. Nadie puede participar en la vida eterna de Dios, que es el cielo, si no están completamente libres de todo pecado, ya que el pecado no puede existir en Dios. Si una persona muere en gracia de Dios, pero no es perfecto, Dios que es el Artesano Maestro, finaliza el trabajo y nos hace lo que él siempre quiso que fuéramos: perfectamente capaces de amar y ser amados, libres al fin del egoísmo y el pecado. Esto es lo que significa estar en el Purgatorio.

Hemos sido llamados a crecer en integridad y santidad. Hacemos nuestro mejor esfuerzo, con la ayuda de la gracia de Dios que nos es dada mediante la Iglesia cuando recibimos los sacramentos y en la oración, para alcanzar plenamente lo que significa ser humanos, creados a imagen y semejanza de Dios (Génesis 1, 27). Cristo es la plenitud del hombre. Él nos muestra lo que significa ser plenamente humanos y estar plenamente vivos.

En la Confirmación, nuestros jóvenes son plenamente iniciados en la Iglesia. La Iglesia hace un gran trabajo alrededor del mundo y en nuestras parroquias locales. Podemos hacer mucho más si trabajamos juntos. Esta es la razón por la que la fe nos pide que seamos una comunidad. La Iglesia opera hospitales, orfanatos, escuelas y universidades para ocuparse de los inmigrantes, alimentar a los que tienen hambre y ofrecer herramientas, habilidades y apoyo a las comunidades pobres con el fin de mejorar sus condiciones. Muchos cristianos han convertido sus trabajos o su tiempo libre en verdaderas vocaciones con las que responden al llamado de su Bautismo y ponen a la práctica los dones de su Confirmación. Algo tan sencillo como ofrecer nuestro talento musical a la comunidad cuando oramos juntos, es una manera en la que podemos utilizar uno de nuestros dones al servicio de los demás. Nuestra obra necesita trabajadores, voluntarios, donadores y promotores. Como dijo Jesús: “La cosecha es abundante, pero los obreros son pocos. Rueguen, pues, al dueño de la cosecha que envíe obreros a su cosecha. Vayan, pero sepan que los envío como corderos en medio de lobos” (Lucas 10, 2–3). ¡No es fácil ser cristiano! ¿Cómo podríamos esperar que lo fuera al observar el crucifijo?

Sin embargo, ser cristiano es gratificante. Cuando Cristo regrese revestido de gloria al final de los tiempos, él traerá el Reino de Dios a plenitud. Será un reino de justicia y de paz, un reino de amor y unidad perfecta. Mientras tanto, nosotros, la Iglesia, estamos llamados a trabajar para el Reino. Nuestros jóvenes recibirán pronto la Confirmación y se unirán a nosotros en esta misión, fortalecidos por el Espíritu. Juntos seguiremos luchando, y encontrando gozo, en trabajar para traer al mundo la visión que Dios tiene para él. Un mundo en donde cada persona será acogida y en donde “él enjugará las lágrimas de sus ojos” (Apocalipsis 21, 4).  Formamos parte de una tradición de pecadores quienes, por más de 2,000 años, han luchado por vencer su egoísmo y convertirse en la presencia de Cristo en el mundo, mediante el poder del Espíritu Santo que mora en nosotros y para la gloria de Dios el Padre. Que Dios nos bendiga a todos al realizar su obra, sobre todo a nuestros jóvenes que están a punto de recibir la Confirmación.

Kevin Dowd es un estudiante de doctorado en teología y educación en Boston College, en donde recibió su Maestría en Educación. Tras su graduación de la Universidad de Harvard, Kevin a enseñado en escuelas católicas y públicas tanto en Massachusetts como en Nueva York. Actualmente él es profesor de teología en Ave María College en Paxton, MA y escribe un blog semanal en el que vincula las lecturas dominicales a la vida diaria. Puede encontrar su blog en http://www.bayardinc.com/the-word-is-life/

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