Jóvenes, Lección #6 “Experimentar el amor de Dios en la Iglesia”

Ungidos con el Espíritu: Confirmación

Jóvenes, Lección #6 “Experimentar el amor de Dios en la Iglesia”

Queridos padres, tutores y padrinos:

Los cristianos privados no existen. La fe en Jesús tiene una dimensión privada, pero siempre nos lleva a una vida en comunidad con toda la Iglesia. Es una fe pública. Jesús no nos dejó con una serie de ideas y principios que debemos adoptar como una filosofía personal. Él fundó una Iglesia. Desde el principio, él reunió una comunidad.

Primero que nada, la Iglesia es el pueblo de Dios. Todos los que han sido bautizados participan de la vida de Cristo, que es la Iglesia. Nosotros somos, usando las palabras de san Pablo, el Cuerpo de Cristo (ver 1 Corintios 1, 2 y Colosenses 1). La Iglesia también es jerárquica. Una jerarquía es lo opuesto a una anarquía. La palabra significa orden sagrado. En este orden de la Iglesia, Jesús mismo es la cabeza, asigna varias funciones, como las partes de un cuerpo que son necesarias para funcionar propiamente. Para que todo marchara bien, él nombró a Pedro como la cabeza visible de la Iglesia, el Vicario de Cristo quien es la verdadera cabeza, una función que continúa hasta nuestros días con los papas. En las Escrituras, leemos sobre esta conversación entre Jesús y sus apóstoles, particularmente con Simón, a quien llamó Pedro, que significa roca:

“Jesús les preguntó: ‘Y ustedes, ¿quién dicen que soy yo?’. Pedro contestó: ‘Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios vivo’. Jesús le replicó: ‘Feliz eres, Simón Barjona, porque esto no te lo ha revelado la carne ni la sangre, sino mi Padre que está en los Cielos. Y ahora yo te digo: Tú eres Pedro (o sea Piedra), y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia; los poderes de la muerte jamás la podrán vencer. Yo te daré las llaves del Reino de los Cielos: lo que ates en la tierra quedará atado en el Cielo, y lo que desates en la tierra quedará desatado en el Cielo’” (Mateo 16, 15–19).

Según los credos antiguos, la Iglesia es una, santa, católica y apostólica. Estas Marcas de la Iglesia son importantes, porque nos ayuda a identificar la Iglesia que Jesús fundó.

  • Una – Tiene una cabeza y Señor: Cristo y está unida como una bajo el papa. Tiene una fe.
  • Santa –Es santa en Cristo y mediante el Espíritu Santo, quien es su propia vida. Sus miembros crecen en santidad para llegar a ser santos. Su culto es sagrado y agradable a Dios porque está unido al amor perfecto que Cristo tiene al Padre.
  • Católica – Está abierta a toda la gente y busca la salvación del mundo. Reúne a personas de poblaciones y culturas diversas alrededor del mundo.
  • Apostólica – Los papas y obispos continúan una línea de Sucesión apostólica que se remonta a Pedro y los apóstoles, manteniendo intacto el depósito de la fe que aprendieron de Cristo y que les fue entregado mediante las Escrituras y la Tradición.

 

La Iglesia es “el germen y el comienzo” (Catecismo, 541) del Reino de Dios que Jesús inauguró, sobre el cual predicó y el cual traerá a plenitud en su segunda venida al final de los tiempos. La Iglesia existe para el Reino y continúa la obra salvadora que es la voluntad del Padre, la misión del Hijo y se logra mediante el poder del Espíritu Santo.

La Iglesia no existe para su propio bien, sino para la salvación del mundo. Los cristianos estamos llamados a ser “levadura” (Vaticano II, “Sobre el apostolado de los laicos”, #2) que hace que toda la hogaza de pan se fermente. Esto lo hacemos cuando proclamamos la Buena Nueva (el significado del Evangelio) de la salvación forjada por el amor inmolatorio y la misericordia de Cristo. Nuestras acciones dicen mucho, probablemente más que nuestras palabras, en lo que se refiere a este tema. “Prediquen el Evangelio en todo tiempo y de ser necesario usen palabras” es una traducción del consejo que se dice que san Francisco dio a sus seguidores, los franciscanos.

¿Cómo podemos proclamar el Evangelio si nosotros mismos no celebramos lo que tenemos? La comunidad parroquial existe para que nos reunamos cada semana con otros miembros de la Iglesia para escuchar las Escrituras, para unirnos a la ofrenda perfecta de amor de Cristo mediante la Eucaristía y para trabajar juntos en los ministerios de reconciliación y curación, paz y justicia, misericordia y caridad que se necesitan en nuestra comunidad y en el mundo. La Iglesia hace mucho bien en todo el mundo: desde alimentar a los hambrientos, hasta educar a los niños y jóvenes, luchar por el trato justo de los migrantes, cuidar por los enfermos y moribundos. Estas tareas necesitan trabajadores. No pueden continuar sin el servicio desinteresado de personas generosas y llenas de amor. Al preparase para la Confirmación, se les pide a los estudiantes que realicen algunas obras de servicio para familiarizarse con las buenas obras que realizan los cristianos y con la responsabilidad que tenemos de continuarlas de generación en generación. Esperamos que su servicio no sea solamente un requisito que deben cumplir, sin una invitación a ser parte de la comunidad y de todas sus buenas obras en el nombre de Cristo.

En cada Misa, recibimos la compañía y el sustento que necesitamos para proclamar el Evangelio y para realizar buenas obras. Aun así, ¿no lo damos por hecho al vivir en un país relativamente pacífico? No arriesgamos nada al ir a Misa, excepto perdernos de vez en cuando un entrenamiento de fútbol o una hora de sueño.  Los mártires de nuestros días en el Medio Oriente y en otros lugares nos deben servir como un recordatorio de cuán valioso es este sacramento y cuán afortunados somos al poder continuar la historia de 2,000 años de los discípulos al llevar a cabo el mandamiento más grande de la historia humana: “Hagan esto en memoria mía” (Lucas 22, 19). ¿Seremos la primera generación que lo eche todo a perder? ¿Somos la generación a la que se refería Jesús cuando dijo: “Cuando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lucas 18, 8).

Su decisión de transmitir la fe a sus hijos e hijas le da una gran esperanza a la Iglesia de que el mensaje y ministerio de Cristo van a continuar. Para apoyarlos y fortalecerlos en esta importante misión, la Iglesia ha celebrado, durante todas las eras, el sacramento de la Confirmación. Junto con el Bautismo y la Eucaristía, la Confirmación es un sacramento de iniciación, es decir, nos hace plenamente miembros de la Iglesia. En este sacramento, reconocemos la presencia del Espíritu Santo, fortaleciéndonos para ser como los antiguos mártires y como los mártires de nuestros tiempos: lo suficientemente fuertes como para ser testigos de Cristo y de su Evangelio en un mundo que lo necesita de manera desesperada. Ya sea en el Oriente Medio contra los enemigos de la fe o en un salón de clases estadounidense en el que los estudiantes son objeto de burla y menosprecio, el mundo necesita que seamos la presencia de Cristo. El mundo necesita de personas que estén abiertas al Espíritu, que permitan que el Espíritu realice las obras de curación y misericordia, mostrando el amor y la aceptación incondicional de Dios por medio de ellas.

¡Gracias por invitar a sus hijos a unirse a esta maravillosa obra!

Kevin Dowd es un estudiante de doctorado en teología y educación en Boston College, en donde recibió su Maestría en Educación. Tras su graduación de la Universidad de Harvard, Kevin a enseñado en escuelas católicas y públicas tanto en Massachusetts como en Nueva York. Actualmente él es profesor de teología en Ave María College en Paxton, MA y escribe un blog semanal en el que vincula las lecturas dominicales a la vida diaria. Puede encontrar su blog en http://www.bayardinc.com/the-word-is-life/

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