Jóvenes, Lección #5 “Recibir los dones del Espíritu Santo”

Queridos padres, tutores y padrinos:

Jesús es verdadero Dios y verdadero hombre. Esta es una parte fundamental de nuestro credo católico. Como la Segunda Persona de la Trinidad, él es eternamente Dios, uno con el Padre y el Espíritu Santo. Desde el momento de su concepción y por el poder del Espíritu Santo en el vientre de la Virgen María, él ha sido hombre, “en todo igual que nosotros, a excepción del pecado” (ver Hebreos 4, 15). La Encarnación, el momento cuando Dios se hace carne, dio inicio a una nueva era en la historia. En el Génesis, después de que se cometió el Pecado Original, Dios prometió (en un pasaje llamado el protoevangelion o “primer Evangelio”), destruir a la serpiente mediante una mujer y su descendencia:

“Entonces Yahvé Dios dijo a la serpiente: ‘Haré que haya enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya. Ella te pisará la cabeza mientras tú herirás su talón” (Génesis 3, 14. 15).

Con María y el Niño Dios, vemos la realización de esta profecía. ¡Tenemos un Salvador, un Redentor! ¡El ansiado Mesías no es otro que Dios mismo!

Jesús y María, desde el primer momento de la concepción, quedaron llenos del Espíritu Santo y libres de todo pecado. Jesús era libre de pecado porque él es Dios. María quedó libre de pecado mediante un acto especial de la gracia de Dios que llamamos la Inmaculada Concepción. Ella vivió toda su vida en este estado de gracia, como dice el poeta William Wordsworth: “la única vanagloria de nuestra naturaleza manchada”. Como María, estamos invitados a participar en la vida en el Espíritu, una vida que Jesús tuvo por su propia naturaleza como Dios.

La Confirmación es una decisión de responder afirmativamente a la invitación que Dios nos hace a vivir en el Espíritu. Tradicionalmente, la Iglesia nos habla de 7 dones del Espíritu Santo que Dios nos da para ayudar a fortalecer a la persona cristiana y a la Iglesia. La vida en el Espíritu significa identificar, entender y ser testigo de estos dones, así como ponerlos en práctica:

  • Sabiduría – nos ayuda a conocer la verdad y a descubrir la voluntad de Dios, la manera en la que Dios ve las cosas.
  • Entendimiento – nos ayuda a vivir de acuerdo con la verdad en la complejidad de la vida real.
  • Consejo (buen juicio) – nos ayuda a distinguir el bien del mal, a formar bien nuestra conciencia.
  • Fortaleza (valentía) – nos ayuda a vivir nuestra fe y a defender a Cristo y el Evangelio.
  • Ciencia – nos ayuda a relacionarnos más íntimamente con Dios como “Abba”, nuestro Padre perfecto.
  • Piedad (reverencia) – nos ayuda a alabar a Dios debidamente y a mostrarle a Dios el respeto que merece.
  • Temor de Dios (maravilla y reverencia ante la presencia de Dios) – nos ayuda a ser humildes y a confiar en Dios, así como a experimentar la vida como un regalo del Creador, quien merece alabanza y adoración.

En los retiros de Confirmación, una demostración muy popular es verter jarabe de chocolate a un vaso de leche sin mezclarlo y pedirle a un estudiante que lo pruebe. Obviamente, sabe a leche. Sin embargo, una vez que se mezcla, la leche cambia y se convierte en leche con chocolate. Sin perder su naturaleza, es algo nuevo. Los dones del Espíritu Santo son algo similar. Les decimos a los estudiantes que, en la Confirmación, el Espíritu llega a nuestras almas con 7 dones y muchos otros regalos personales. Sin embargo, si nosotros no hacemos algo, estos no hacen nada por sí mismos, sino que se quedan en el fondo de nuestra alma, por así decirlo. No nos cambian. La Confirmación puede perder todo sentido en ese caso. Se convierte solamente en un ritual vacío. La gracia de Dios sigue ahí. El Espíritu se nos sigue derramando, pero bloqueamos los efectos al negarnos a sacar partido de estos dones.

Por otro lado, cuando recibimos los dones del Espíritu y los ponemos en práctica en nuestra vida, comenzamos a vivir como cristianos o como “pequeños Cristos” como decía san Agustín. Nos unimos a otros miembros del Cuerpo de Cristo que trabajan en la obra de la salvación. No trabajamos por nosotros, sino por el Reino de Dios.

Crecer en el Espíritu significa crecer en virtud. Las virtudes son como músculos espirituales. Son buenos hábitos que se forman al hacer lo que es bueno y justo repetidamente. Nos acostumbramos a hacer lo que es bueno hasta que comienza a ser cada vez más fácil. Las virtudes teológicas son aquellas que se relacionan más directamente con nuestra relación con Dios. Estas son: fe, esperanza y caridad/amor.

Las virtudes cardinales son:

  • Prudencia – Estar abiertos al don de consejo/buen juicio y ponerlo en práctica en la toma de decisiones y discernimiento sobre asuntos grandes y pequeños, públicos y privados.
  • Justicia – Estar abiertos a los dones de sabiduría y ciencia para asegurarse de que las personas obtienen lo que se les debe y son tratadas justamente.
  • Fortaleza – Estar abiertos al don de la fortaleza/valentía para hacer la voluntad de Dios a pesar de la presión de otras personas o de la persecución.
  • Templanza –Estar abiertos a los dones de conocimiento, temor de Dios y piedad para moderar los placeres terrenales y ser más sensibles a las necesidades de otros y para desear la llegada del Reino de Dios por encima de todas las cosas.

Existen muchas otras virtudes, como la paciencia, la persistencia, la fidelidad y la castidad. Así como las personas se niegan muchos tipos de placeres y tienen la disciplina para hacer ejercicio con el fin de estar fuertes, ser más rápidos y ágiles, así también los cristianos debemos estar dispuestos a poner en práctica diferentes tipos de sacrificios o penitencia para disciplinar el alma y crecer en la virtud. El dolor temporal del ejercicio es superado por los resultados.

La razón por la que necesitamos disciplina espiritual es porque la tentación es muy fuerte y el pecado es muy real y doloroso. Los pecados son pensamientos, palabras, acciones u omisiones que carecen de amor y van en contra de la voluntad de Dios. Algunos pecados son tan serios que, cuando se eligen con libertad, con el consentimiento completo de la voluntad y con suficiente reflexión sobre su seriedad, dan lugar rechazar completamente a Dios. Perdemos su gracia por decisión propia. Si muriéramos en tal estado, no seríamos capaces de participar en la vida eterna, ya que el cielo no es otra cosa que compartir la vida de Dios, a quien hemos rechazado por nuestro pecado. Nuestro destino eterno sería el infierno. Por esta razón, estos pecados serios se llaman mortales. Cualquier pecado, aún un pecado serio, que no es mortal ya sea porque está relacionado a una materia leve o porque no tomamos una decisión libre y total, ni reflexionamos lo suficiente y con conocimiento de la voluntad, se llama un pecado venial. Los pecados veniales dañan nuestra relación con Dios, pero no la destruyen. Tanto los pecados veniales como los mortales pueden ser perdonados si expresamos nuestro arrepentimiento a Dios mediante un genuino acto de contrición y, sobre todo cuando se trata de pecados mortales, mediante el sacramento de la Reconciliación (también llamado Confesión o Penitencia).

Esperamos que, al prepararse para la Confirmación, su hijo(a) esté aprendiendo a formar una buena conciencia. Las enseñanzas de la Iglesia existen para ayudarnos a formar conciencias que vayan de acuerdo con la voluntad de Dios. Santo Tomás de Aquino enseñaba que nuestra conciencia es nuestra mayor autoridad ante Dios. Debemos formarla bien y seguirla siempre. Es importante formarla bien, ya que la conciencia no puede ser ignorante, aunque puede estar equivocada. Debemos tomarnos el tiempo para leer las Escrituras, aprender las enseñanzas de la Iglesia y para orar a Dios pidiéndole su guía. Luego, cuando nuestra conciencia nos diga lo que debemos hacer en una situación, debemos seguirla. Ella nos habla como la voz de Dios.

Kevin Dowd es un estudiante de doctorado en teología y educación en Boston College, en donde recibió su Maestría en Educación. Tras su graduación de la Universidad de Harvard, Kevin a enseñado en escuelas católicas y públicas tanto en Massachusetts como en Nueva York. Actualmente él es profesor de teología en Ave María College en Paxton, MA y escribe un blog semanal en el que vincula las lecturas dominicales a la vida diaria. Puede encontrar su blog en http://www.bayardinc.com/the-word-is-life/

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