Jóvenes mayores, Lección #3 “Tu fe”

Ungidos con el Espíritu: Confirmación

Jóvenes mayores, Lección #3 “Tu fe”

Queridos padres, tutores y padrinos:

“La gloria de Dios consiste en que el hombre viva”. Esta famosa frase de san Irineo de Lyon (130–202 D.C.) llega al corazón mismo del misterio de la creación. Dios es el Padre de todas las cosas, el creador que, de la nada, trajo la existencia de todas las cosas. Nuestra fe nos dice que Dios hizo esto por que Dios es amor, y la naturaleza del amor es crear. Las obras más extraordinarias de Dios fueron la Encarnación (el hecho de que el Hijo de Dios se encarnó para morar con nosotros) y la Resurrección de Cristo de los muertos. Jesús es la gloria de Dios, porque él es el único humano que siempre estuvo plenamente vivo. Verdadero Dios y Verdadero Hombre, él nos muestra quién es Dios y quiénes somos nosotros, según el Papa san Juan Pablo II.

El pecado, por supuesto, es el opuesto (pero no es igual) del amor creativo de Dios. El pecado es cualquier cosa que menoscaba la creación de Dios y evita que estemos plenamente vivos. El pecado no hiere a Dios (no somos tan poderosos como para herir a Dios), pero lo ofende porque nos hiere a nosotros, su comunidad, y lastima la belleza y armonía de la creación de Dios. En el libro del Génesis, cuando Dios terminó la creación del mundo, él “vio que todo cuanto había hecho era muy bueno” (Génesis 1. 4. 10. 12. 18. 21. 25. 31). Cualquier cosa que destruya o menoscabe lo que Dios considera bueno es un pecado. Algunos pecados involucran cosas tan serias que, si las elegimos tras reflexionar al respecto y dar consentimiento de la voluntad, se consideran pecados mortales. Estos llevan a una separación de Dios, un rechazo de la vida de Dios en el alma que se conoce como gracia. Morir en pecado mortal significaría un rechazo personal de la vida eterna con Dios, que sería el infierno. Por esta razón, estos pecados son llamados mortales. La mayoría de los pecados no alcanzan este nivel de seriedad. Estos se llaman pecados veniales. No son mortales, pero ofenden a Dios y nos lastiman nuestra relación con Dios y nos hacen cooperadores del trabajo del diablo: tratar de destruir la creación de Dios. Por esta razón, debemos esforzarnos por eliminar el pecado venial de nuestras vidas. La Confesión es el sacramento en el que pedimos la misericordia de Dios y su fortaleza para vencer las tentaciones futuras. Los santos no dudaban en recurrir a este poderoso sacramento.

San Pablo nos dice que “donde abundó el pecado, sobreabundó la gracia” (Romanos 5, 20). Lo que Cristo logró como Dios y hombre fue el sacrificio de amor perfecto que destruiría al pecado y sus consecuencias para siempre, incluyendo la muerte. La Resurrección de Cristo de entre los muertos es un anticipo, por así decirlo, de la promesa que se nos ha hecho. ¡Este es el Evangelio, la “Buena Nueva” de la cristiandad! San Pablo lo sabía y lo explayó poéticamente: “¿Dónde está, oh muerte, tu victoria? ¿Dónde está, oh muerte, tu aguijón? …demos gracias a Dios que nos da la victoria por medio de Cristo Jesús, nuestro Señor” (1 Corintios 15, 55–57). Pablo parecía estar casi eufórico cuando escribió a los romanos:

¿Qué más podemos decir? Si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?…  ¿Quién nos separará del amor de Cristo? ¿Acaso las pruebas, la aflicción, la persecución, el hambre, la falta de todo, los peligros o la espada?…  Pero no; en todo eso saldremos triunfadores gracias a Aquel que nos amó. Yo sé que ni la muerte ni la vida, ni los ángeles ni las fuerzas del universo, ni el presente ni el futuro, ni las fuerzas espirituales, ya sean del cielo o de los abismos, ni ninguna otra criatura podrán apartarnos del amor de Dios, manifestado en Cristo Jesús, nuestro Señor” (Romanos 8, 31. 35. 37–39).

¡Qué garantía tan poderosa! Recibiremos la salvación siempre y cuando nos mantengamos cerca de Cristo. Santa Faustina es famosa por las devociones a la Divina Misericordia. Cristo se le apareció a esta humilde monja en los años 30s en Polonia y le reveló esta sencilla oración, “Mi Jesús, en ti confío” Este es el significado de la fe. Aunque hay un aspecto de la fe que incluye aceptar con la razón las doctrinas, la esencia de la fe es confiar en Jesús. Las doctrinas de la fe existen como referencias que nos indican el camino, para asegurarnos que es realmente Jesús a quien seguimos y no solo nuestras propias ideas (malentendidas) de Jesús. Por ejemplo, el antiguo Credo niceno es una profesión de fe que recitamos todos los domingos en la Misa. Comienza diciendo, “Creo en Dios, Padre todopoderoso, creador del cielo y de la tierra…” La palabra latina Credo deriva de otras palabras Latinas que significan entrego mi corazón. Cuando profesamos el Credo de los apóstoles o el Credo niceno, no solo estamos afirmando que nuestra fe es la fe de la Iglesia (la fe transmitida por los apóstoles) sino que también estamos entregando nuestro corazón a este Dios que profesamos. No se trata solamente de un acto de la razón, sino que es un acto de nuestro ser completo.

La Iglesia custodia el depósito de la fe, es decir, las enseñanzas transmitidas desde los apóstoles. Cuando aceptamos las doctrinas, estamos confiando en la Iglesia que Cristo nos dejó y a la que le prometió enviar el Espíritu Santo como guía. El Magisterio, es decir, la función de enseñanza de la Iglesia es una guía confiable para la fe y la moral. Naturalmente, no todas las doctrinas son infalibles, de hecho, pocas lo son. Las doctrinas se desarrollan a través del tiempo, a medida que la Iglesia misma crece en conocimiento. Este desarrollo de la doctrina no es otra cosa que una prueba de que el Espíritu Santo está actuando como guía en la Iglesia, tal y como Jesús lo prometió: “Y cuando venga él, el Espíritu de la Verdad, los guiará en todos los caminos de la verdad” (Juan 16, 13). La prueba más infalible para cualquier doctrina es que esta nos acerque a Cristo. La fe es, por encima de todo, confiar en Dios mediante Jesucristo su Hijo, Nuestro Señor y Salvador. Es al mismo tiempo un regalo gratuito y una respuesta libre a dicho regalo. Es la obra del Espíritu Santo en nosotros que nos lleva a la comunión con Dios.

Esperamos que, ahora que sus hijos(as) aprenden estas verdades de nuestra fe, comiencen a ver más claramente a través de los ojos de la fe. Esperamos que su mundo no sea tan pequeño que solo pueda incluir las ocupaciones de la escuela y las preocupaciones de ganarse un sustento, ¡sino que pueda expandirse y abrirse a lo infinito! Esperamos que todo lo que aprendan sobre este mundo los llene de asombro y reverencia (un don del Espíritu) ante el creador de todo lo que existe. Esperamos que se levanten los límites del mundo y que la dimensión trascendente de nuestra existencia, el aspecto espiritual del ser humano llene sus vidas de esperanza, significado y de la seguridad de que son amados infinitamente y que tienen la promesa de una eternidad de amor en el corazón de Dios en el cielo. Esperamos que comprendan que ni siquiera la muerte es el final, sino solo un paso hacia la plenitud de la vida que Cristo hizo posible mediante su propia Muerte y Resurrección. Esperamos que puedan aprender a cuidar su alma tal y como cuidan su cuerpo.

Dios actúa en el mundo todos los días, pero solo los que tienen ojos de fe pueden ver su obra. La poeta Elizabeth Barret Browning capture esto de manera perfecta cuando se refirió al encuentro de Moisés con Dios en la zarza ardiente (Éxodo 3, 1–17): “La tierra está repleta de cielo, / y todas las zarzas comunes están llenas de Dios; / pero solo el que busca se quita las sandalias, / el resto se queda sin hacer nada, recogiendo zarzamoras…”

Esperamos que sus hijos e hijas estén abiertos al don de la fe, de manera que puedan ver a Dios, que puedan enamorarse de Dios, que sean atraídos hacia el servicio humilde a Dios sirviendo a otros en sus necesidades. Esperamos que encuentren una vida llena de significado y verdadera felicidad gracias a esta relación con su Padre celestial. Básicamente, esperamos que ellos lleguen a tener una vida eterna con Dios. El cielo tiene muchas metáforas e imágenes, pero en esencia significa quedar envuelto por el fuego del amor divino, que es la propia vida de la Trinidad. ¡Esto es un enamoramiento continuo! Ni siquiera podemos imaginarlo. “Ni ojo vio, ni oído oyó, ni por mente humana han pasado las cosas que Dios ha preparado para los que lo aman” (1 Corintios 2, 9).

Kevin Dowd es un estudiante de doctorado en teología y educación en Boston College, en donde recibió su Maestría en Educación. Tras su graduación de la Universidad de Harvard, Kevin a enseñado en escuelas católicas y públicas tanto en Massachusetts como en Nueva York. Actualmente él es profesor de teología en Ave María College en Paxton, MA y escribe un blog semanal en el que vincula las lecturas dominicales a la vida diaria. Puede encontrar su blog en http://www.bayardinc.com/the-word-is-life/

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