Ungidos con el Espíritu: Confirmación

Jóvenes, Lección #2 “Aceptar el llamado de Dios”

Queridos padres, tutores y padrinos:

La Confirmación es una invitación, no es una obligación. Algunas veces escuchamos declaraciones falsas que presentan a este sacramento en un paso obligatorio que todos debemos tomar. Por ejemplo, he escuchado a algunas personas decirles a los jóvenes que deben confirmarse para poder casarse por la Iglesia en un futuro. Esto es falso. La única razón para ser confirmado es una decisión personal de aceptar el reto que Cristo nos presenta: “Jesús les volvió a decir: ‘¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envío a mí, así los envío yo también’. Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: ‘Reciban el Espíritu Santo’” (Juan 20, 21–22).

En la actualidad, sus hijos e hijas estudiaron la parábola del buen samaritano. La hemos escuchado tantas veces que es probable que ya no ponemos atención a su significado. Cuando Jesús contó esta historia, acababa de dar a sus discípulos el Mandamiento mayor de amar a Dios y a nuestro prójimo como a nosotros mismos (Lucas 10 25–28). Un maestro de la Ley le preguntó, “¿Quién es mi prójimo?” Jesús le contó una parábola sobre un hombre que había sido golpeado, robado y abandonado en un camino. Dos personas quienes escuchaban a Jesús hubieran pensado que serían los héroes de la historia (un sacerdote y un levita) siguieron caminando y no ofrecieron su ayuda al hombre. El tercer hombre que se presentó era un samaritano. Para los judíos, los samaritanos eran enemigos que seguían una religión corrupta. Sin embargo, Jesús dice que este samaritano (el enemigo del hombre que había sido golpeado) se detuvo y lo ayudó, incluso pagó por su recuperación en una posada cercana. Cuando Jesús preguntó “¿Quién se hizo el prójimo de este hombre?” el maestro de la Ley no pudo decir que había sido el samaritano y dijo: “‘El que se mostró compasivo con él’. Y Jesús le dijo: ‘Vete y haz tú lo mismo’” (Lucas 10, 29–37).

La palabra “confirmación” significa “con fortaleza”. En este sacramento, la Iglesia invoca al Espíritu Santo que fortalezca a nuestros jóvenes en la fe. Pedimos que sean lo suficientemente fuertes para ser “buenos samaritanos” en el mundo que cuiden de la creación y para que no sean personas egoístas. El don del Espíritu Santo no es otra cosa que Dios morando en nosotros, iluminando nuestras conciencias, robusteciendo nuestra fe y fortaleciéndonos para vencer las tentaciones. A final de cuentas, la salvación consiste en participar eternamente en la vida de Dios, una vida perfecta de amor absoluto e inagotable. No podemos participar en la vida de Dios por nuestros propios méritos, sino que Dios es quien nos acoge en el corazón de la Trinidad. En el corazón de Dios no puede existir el pecado, porque el pecado es la ausencia del amor. Es por eso que necesitamos un Redentor. Solamente Cristo es capaz de destruir el pecado y restaurar en nosotros la inocencia y la pureza. Él es nuestro redentor. El Espíritu que él nos da es el Espíritu de amor que existe entre el Padre y el Hijo y es más poderoso que el pecado y que la muerte. Por la fe, aceptamos esta vida en el Espíritu para ser aún más capaces de dar y recibir amor, asemejándonos más a Dios. Esto es lo que son los santos y lo que nosotros somos capaces de ser. San Gregorio de Nisa dijo: “El objetivo de una vida virtuosa es llegar a ser como Dios”.

Una vida virtuosa es una vida construida sobre el sólido cimiento del amor a Dios y el amor al prójimo. Los alumnos estudiaron hoy los diez mandamientos. Aquí los presentamos resumidos (ver Éxodo 20, 2–17 para ver cómo aparecen en las Escrituras):

  1. Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas.
  2. No tomarás el nombre de Dios en vano.
  3. Santificarás las fiestas.
  4. Honrarás a tu padre y a tu madre.
  5. No matarás.
  6. No cometerás adulterio.
  7. No robarás.
  8. No levantarás falso testimonio ni mentirás.
  9. No desearás la mujer de tu prójimo.
  10. No codiciarás las cosas ajenas.

Junto con los diez mandamientos, los alumnos estudiaron las Bienaventuranzas, que son tomadas del Sermón en el monte, las Bienaventuranzas también se conocen como la Carta Magna del Reino de Dios o la Carta Magna de la cristiandad. Estas representan las cualidades que Jesús espera ver en sus seguidores y las promesas del discipulado. Aquí las presentamos para su reflexión:

“Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados los mansos, porque ellos poseerán en herencia la tierra.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos serán consolados.
Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán saciados.
Bienaventurados los misericordiosos, porque ellos alcanzarán misericordia.
Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.
Bienaventurados los que buscan la paz, porque ellos serán llamados hijos de Dios.
Bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el Reino de los cielos.
Bienaventurados seréis cuando os injurien, os persigan y digan con mentira toda clase de mal contra vosotros por mi causa. Alegraos y regocijaos porque vuestra recompensa será grande en los cielos” (Mateo 5, 3–12).

Lo que esperamos es que nuestros jóvenes (así como nosotros mismos) crezcan en la virtud. La virtud es el músculo espiritual que se fortalece cuando se utiliza. En otras palabras, la virtud es el hábito de hacer lo correcto, que luego ocasiona que hacer lo correcto sea cada vez más fácil con el paso del tiempo. Lo opuesto es un vicio que es el hábito de hacer lo que está mal, que luego ocasione que hacer lo correcto sea cada vez más difícil. Como somos criaturas de hábitos, las virtudes son esenciales para vivir la vida cristiana. También es una buena idea relacionarnos con otras personas que están comprometido a llevar una vida de virtud. Esto es una parte de lo que es la Iglesia; al vivir en comunión con otros creyentes, fortalecemos nuestra fe y nuestro compromiso con las obras buenas que realizamos por amor.

Ser un miembro de la Iglesia significa aceptar las responsabilidades propias de los miembros. Tradicionalmente, al resumen de estas obligaciones las llamamos Los mandamientos de la Iglesia (Catecismo de la Iglesia Católica, 2042-43).

  1. Oír misa entera los domingos y demás fiestas de precepto y no realizar trabajos serviles.
  2. Confesarse por lo menos una vez al año.
  3. Recibir el sacramento de la Eucaristía al menos por Pascua.
  4. Abstenerse de comer carne y ayunar en los días establecidos por la Iglesia
  5. Ayudar a lo Iglesia en sus necesidades.

Sin la Iglesia, el mensaje de Cristo no podría haber sido transmitido durante 2,000 años. ¿Continuará siendo transmitido de generación en generación? En las palabras del propio Jesús: “[C]uando venga el Hijo del Hombre, ¿encontrará fe sobre la tierra?” (Lucas 18, 8).

Es por eso que preguntamos a nuestros jóvenes: ¿Aceptan el reto de esta vida y la misión que se les encomienda? ¿Están dispuestos a ser miembros activos de la Iglesia a medida que continúa la obra de Jesús? De ser así, reciban al Espíritu Santo en Confirmación para que los fortalezcan en la vida de amor y servicio a Dios y al prójimo.

Kevin Dowd es un estudiante de doctorado en teología y educación en Boston College, en donde recibió su Maestría en Educación. Tras su graduación de la Universidad de Harvard, Kevin a enseñado en escuelas católicas y públicas tanto en Massachusetts como en Nueva York. Actualmente él es profesor de teología en Ave María College en Paxton, MA y escribe un blog semanal en el que vincula las lecturas dominicales a la vida diaria. Puede encontrar su blog en http://www.bayardinc.com/the-word-is-life/

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